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Hortensia de los Santos

  • TRÁS EL VELO RASGADO

    © 10/14/2016

    La casa se encontraba en silencio, al igual que los alrededores, y eso no era extraño ya que eran las dos de la madrugada.

    En un cuarto del segundo piso, y en la compañía de dos perras, una mujer ya no muy joven, dormía o más bien soñaba. Intranquila, sus gestos involuntarios demostraban no ser muy agradables sus sueños. De pronto se despertó y dando un manotazo para apartar su largo pelo castaño de la cara, miró alrededor. Extendió el brazo, encendiendo la lámpara en la mesa de noche. Sabía que algo la había despertado, pero no comprendía que había sido. Sus dos perras, alertadas por sus movimientos la miraban asombradas. “Si estas dos están tranquilas, entonces no pasa nada. Debe haber sido un sueño” Pensó.

    Después de mirar atentamente a su alrededor, y prestar oído por si algo extraño ocurría en la casa, retornó su cabeza a la almohada pero se encontraba inquieta y, todavía con las luces encendidas, miraba al techo tratando de recordar que era lo que había soñado que la había despertado con tanto sobresalto. Poco a poco fue recordando. “Elisa! Claro, soñé con la niña!” Exclamó mentalmente. “¿Pero dónde estábamos?”

    Ondina, ya con la memoria del sueño clara en su mente, no podía sin embargo recordar ningún lugar ue se le pareciera a donde había visto a su sobrina. Siguió pensando y pronto recordó más; la niña la estaba llamando, tenía miedo, se le notaba en la voz. Ondina volvió a sentarse en la cama, bajo el callado reproche de las dos perras. Se sentía verdaderamente preocupada.

    ¿Qué le estaría pasando a la nena? ¿Estaría peor? Pero no se decidía a llamar a su hermano a tales horas de la madrugada; la mujer se imaginaba el diálogo.

  • “¿Qué pasa?” Preguntaría el hermano, alarmado. Y la respuesta de ella. “Es que estaba soñando con Elisa, estoy segura era algo malo, y me preocupé!” Ondina parecía ver la expresión de Gudar, y la de Marta. No, mejor no llamar a nadie. Ya la llamarían ellos si algo estuviera pasando en realidad. Volvió a acostarse, para incorporarse casi inmediatamente. Ciertamente ahora no podría volver a dormirse. “Vamos, niñas, vamos a merendar algo y ver cómo está el gato.”

    Las dos perritas, entendiendo el ‘vamos’, saltaron de la cama, y la precedieron a la puerta de la habitación. El cuarto estaba situado al lado de otro dedicado a su oficina que fungía a veces como cuarto para los huéspedes. Bajando la escalera, Ondina se dirigió a la cocina. De pasada miró hacia el sofá, donde el gato pasaba las noches cuando no andaba de cacería o de amores. Garcy estaba durmiendo en su postura característica, barriga al aire y patas escarranchadas. Ondina sonrió, amaba al gatico, que había vivido muchos años con ella, participando de las altas y bajas de su vida. En la cocina, Ondina se preparó un vaso de leche tibia, y una tostada que compartiría con Daysi y con Cloe.

    Sentada a la pequeña mesa de madera pulida, siguió pensando en Elisa. Su sobrina llevaba meses enferma, parecía como si su vida se fuera extinguiendo poco a poco, como la llama de una vela que se acaba.

    Gudar la había llevado a varios especialistas, pero ninguno podía encontrar nada que justificara la enfermedad de la niña pues la única manifestación de tal enfermedad eran unas pesadillas terribles que la hacían despertar gritando en medio de la noche. Muchas veces resultaba imposible despertarla y forcejeaba en brazos de su madre o del padre, continuando aun despierta con sus imaginarias experiencias. Ondina había participado de varios de estas crisis, y la expresión de su sobrina en aquellos instantes la había asustado de veras.

  • Los ojos de la niña, ahora hundidos, se abrían en desmesurado terror, la boca temblaba con los gemidos y la blanca frente se perlaba de un sudor que Ondina muchas veces pensó ser sangre.

    Lo que más angustiaba a la familia era que no podían concebir que motivaba estos sueños, ni que fuera posible que meras pesadillas estuvieran afectando físicamente a la niña. Elisa perdía peso paulatinamente, y poco a poco sus fuerzas y sobre todo, esa viveza de espíritu, esa alegría de vivir que la había caracterizado hacia tan poco tiempo iban desapareciendo.

    La mujer miró el reloj que pendía sobre el refrigerador, apenas daban las tres de la mañana, quizás pudiera conciliar el sueño de nuevo, dormir un poco más. Después de fregar el vaso y guardarlo, revisando si el plato de las perritas tenía bastante agua, Ondina regresó a su habitación. Poco después, dormía profundamente.

    Un rayo de sol jugueteando sobre sus ojos la despertó. De nuevo había dejado mal cerradas las cortinas, y el sol mañanero se colaba insistiendo en despertarla. Ondina miro el reloj, eran ya las siete, así que había podido dormir unas cuatro horas más, menos mal.

    Echándose una bata de casa por arriba, y atando su largo pelo en la nuca con una cinta, bajó a abrir la puerta a sus mascotas. La puerta de la cocina daba al patio, un patio grande y con árboles donde las perras solían jugar mientras el gato trepaba.

    “Voy a casa de Gudar hoy, niñas.” Dijo, dirigiéndose a Daysi y Cloe. “En cuanto desayune voy para allá. ¿Quién viene conmigo?”