LA OTRA HISTORIA
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LILITH
Pablo arrancó el auto, que se había apagado, murmurando imprecaciones contra sí mismo. Se encontraban ahora en las afueras de Londres, y el fantasma le explicó a dónde ir. Resultaba bien extraño que este ser pudiera saber a dónde ir, cuando Pablo sabía que nunca había estado en Londres en aquella época remota de dónde provenía. Tal vez el fantasma estaba haciendo uso de la memoria de Pablo. Si, seguramente esto era lo que estaba ocurriendo.
El joven condujo el carro por calles desconocidas y que se encontraban asombrosamente vacías de gentes. No era tan tarde, y sin embargo, las calles, la noche daba la impresión de ser una hora muy avanzada. Finalmente, el fantasma le hizo detenerse frente a un edificio que parecía estar en ruinas. Colgando de cadenas oxidadas sobre la puerta había un madero en el que estaba pintado un ojo como el que usan los oráculos para anunciarse. El movimiento del madero a impulsos de la suave briza nocturna hacia rozar las cadenas con una extraña melodía.
“Hemos llegado, deja el auto aquí.” Dijo el fantasma.
“¿Aquí? ¿Dejar el coche aquí? ¿Estás loco? ¡No encontraré nada cuando regrese!” Exclamó Pablo, que adoraba su carro, regalo de su madre hacia algunos años. “Sé que no es nuevo pero para mí es perfecto.”
“No lo vas a necesitar más.” Respondió el fantasma, que saliendo del auto se dirigió hacia la negra puerta del edificio.
Pablo se quedó sin aliento; esa era la respuesta que había temido, que había esperado; nunca regresaría. La idea provocó una angustia que nunca pensó poder experimentar. Escuchó, como un eco en el viento, la palabra “nunca”, y se estremeció. Obedeciendo al fantasma en contra de su voluntad, salió del coche y se dirigió a donde el fantasma esperaba.
“¿Qué estamos haciendo aquí?” Preguntó.
“Te voy a presentar a una persona que te enseñará muchas cosas que necesitas saber. Creo que también te va a decir cómo encontrar a Sofía, y quizás hasta te ayude con eso.” Respondió el fantasma, mientras se filtraba lentamente a través de la puerta.
Pablo nunca supo si el fantasma había abierto la puerta, o si se suponía que la puerta se abriera cuando alguien requería entrada; el hecho es que la puerta se abrió, y Pablo miró hacia el oscuro interior del lugar.
A su izquierda vislumbró una escalera y la analizó cuidadosamente, siguiendo los escalones con la mirada. Allá arriba, tal vez en el segundo o tercer piso, brillaba una luz. Pablo se dio cuenta que el fantasma ya estaba subiendo las escaleras, y lo siguió. Al principio temió que los escalones no sostendrían su peso, pues el estado de abandono del lugar dejaba mucho que desear. Los escalones, sin embargo, resultaron firmes, y no de madera, sino de piedra. Finalmente alcanzó a su extraño guía, y ambos continuaron subiendo a la par hasta llegar a la tercera planta.
La luz provenía de allí, una suave luz amarillenta que se filtraba en medio de nubes de lo que pensó Pablo podría ser incienso.
“Es incienso.” Oyó decir al fantasma. “Incienso sagrado.”
“¡Ah!”
“¡Vamos, entra ya! Tu nueva maestra te espera.”
Pablo dio dos pasos y miró asombrado a su alrededor. Del techo pendían múltiples cortinas de raso dorado o quizás de seda, o brocadas, que cubrían la habitación de forma tal que no se veía techo o paredes. Pasó entre las cortinas más cercanas, y lo que vio le recordó escenas de las Mil y Una Noches. El suelo estaba cubierto de alfombras y cojines de todos tamaños y texturas; en mesas de bronce y madera brillaban cientos de candelabros donde múltiples velas brillaban con luz vacilante. No podía ver ventana alguna, probablemente cubiertas por las eternas cortinas, pero los paños se movían como a impulso de ráfagas de aire, y se oían extraños murmullos que callaban cuando Pablo prestaba atención. El joven solo pudo distinguir una abertura en ese extraño salón, la de la chimenea, donde ardía un pequeño fuego.
A la luz de las velas distinguió cuadros que parecían datar del principio de los tiempos, tan oscuros se veían y con imágenes desconocidas. Bellas ánforas de bronce y estatuas de alabastro descansaban sobre antiguos cofres tallados, junto a otros adornos que podrían haber salido de un bazar en Turquía.
De pronto, y con un sobresalto, Pablo se dio cuenta que una mujer se encontraba reclinada sobre los cojines de una otomana, cerca de la chimenea. Era una mujer inmensa, terriblemente gorda. Sus ojos, tan oscuros como la noche, se perdían entre los pliegues de la cara y la boca estaba fruncida en el acto de fumar una pipa de opio.
Pablo miró a su alrededor, esperando encontrar alguien más, esa otra maestra que el fantasma le había llevado a conocer. Quizás de quien habían estado saliendo los murmullos, los susurros y las quejas que se perdían entre las cortinas cuando entró. No podía creer que esta extraña mujer, esta drogadicta, pudiera ser la maestra a quien el fantasma se había referido. Pero por mucho que miró y miró, no pudo encontrar a más nadie en la habitación; cuando regresó su mirada a la yaciente mujer, vio que sus ojos brillaban con cierta ironía, quizás hasta alegría.
El joven se volvió buscando al fantasma, para preguntar quién era ella y donde estaba la famosa maestra, pero el fantasma había desaparecido. Se había ido, dejándolo allí, en ese extraño lugar que parecía salido de la noche de los tiempos. “Siéntate, niño, siéntate.” Oyó decir una voz hermosa, melodiosa aunque profunda y ronca a la vez.
“¿Por qué habría de hacerlo?” Ripostó Pablo, molesto por la forma en que la mujer se había dirigido a él. “¿Y quién es usted? ¿Por qué me han traído aquí? El fantasma dijo que íbamos a encontrar una maestra que me enseñaría como encontrar a Sofía.” Dijo con esa violencia que surge con el miedo a lo desconocido.
“Te lo explicaré todo, Pablo, pues soy yo la que te dijo el espíritu.” Replicó la mujer, calmándolo con voz y gesto. “No tengas miedo, estoy aquí para ayudarte.”
“¿Cómo ayudarme?” Inquirió Pablo, aun temeroso.
“Ah, la rebeldía de la juventud, los temores del alma. ¡Siéntate te digo!” La orden fue pronunciada con tono de mando, y Pablo obedeció sin apenas darse cuenta de ello.
“Así es mejor. Como iba diciendo, todo se explicará.” La mujer calló y lo miró con sonrisa divertida; lo miró de arriba abajo, como un comprador que está comprobando el valor del objeto de su interés.
Pablo temía hablar, pero la inspección de su persona le irritó.
“¡Deja de mirarme así y dime quién eres!” Exclamó.
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El joven se volvió buscando al fantasma, para preguntar quién era ella y donde estaba la famosa maestra, pero el fantasma había desaparecido. Se había ido, dejándolo allí, en ese extraño lugar que parecía salido de la noche de los tiempos. “Siéntate, niño, siéntate.” Oyó decir una voz hermosa, melodiosa aunque profunda y ronca a la vez.
“¿Por qué habría de hacerlo?” Ripostó Pablo, molesto por la forma en que la mujer se había dirigido a él. “¿Y quién es usted? ¿Por qué me han traído aquí? El fantasma dijo que íbamos a encontrar una maestra que me enseñaría como encontrar a Sofía.” Dijo con esa violencia que surge con el miedo a lo desconocido.
“Te lo explicaré todo, Pablo, pues soy yo la que te dijo el espíritu.” Replicó la mujer, calmándolo con voz y gesto. “No tengas miedo, estoy aquí para ayudarte.”
“¿Cómo ayudarme?” Inquirió Pablo, aun temeroso.
“Ah, la rebeldía de la juventud, los temores del alma. ¡Siéntate te digo!” La orden fue pronunciada con tono de mando, y Pablo obedeció sin apenas darse cuenta de ello.
“Así es mejor. Como iba diciendo, todo se explicará.” La mujer calló y lo miró con sonrisa divertida; lo miró de arriba abajo, como un comprador que está comprobando el valor del objeto de su interés.
Pablo temía hablar, pero la inspección de su persona le irritó.
“¡Deja de mirarme así y dime quién eres!” Exclamó.
Ella se echó a reír, con una risa tan contagiosa que el joven tuvo que hacer un esfuerzo para no unirse a su gozo.
“Mi nombre es Lilith, Pablo. ¿Eso te dice algo?”
“No. No conozco a nadie con ese nombre.”
Ella se echó a reír de nuevo.
“Has estado estudiando mucho, querido, pero no lo suficiente.” Dijo ella, sin dejar de sonreír.
“Por supuesto, me imagino que hay mucho que aprender, y creo que no habría tiempo suficiente en toda mi vida para ello.” Respondió, algo más tranquilizado por la actitud de la mujer. No creía que hubiera ningún peligro, ni que esa mujer pudiera de alguna manera hacerle daño.
“Por lo menos sabes eso, bien dicho.” Asintió ella. Dejando la pipa al lado, sacudió su cabeza, haciendo que sus largos rizos negros cayeran sobre su amplio pecho. Elevando un bello brazo torneado cubierto de brazaletes, apartó el pelo de su cara y elevó los ojos hacia Pablo.
El hombre la miró estupefacto. No había comprendido la gran belleza de la mujer que yacía reclinada ante él. La había creído gorda, obesa, pero no era así. Su cuerpo perfecto se ofrecía voluptuoso ante sus ojos, miembros elegantes, piernas apenas ocultas por los extraños ropajes. Y la cara, esa cara que aparecía sobre un cuello de cisne, blanco, suave, ornado de cadenas y collares. Los grandes ojos, fijos en los de Pablo, parecían abarcar todo el universo, y como tal eran de negros. Ojos líquidos, húmedos y brillantes que ofrecían todas las delicias del mundo sobre una boca roja, jugosa. La sonrisa de la odalisca se acentuó, y Pablo se sintió atraído hacia esa boca como por hilos invisibles.
De pronto, entre ellos dos apareció el fantasma.
“¡Ese no fue nuestro acuerdo! ¡No es para eso que lo traje ante ti!” Gritó.
Lilith extinguió la sonrisa, y bajo la mirada asombrada de Pablo, volvió a ser esa mujer gorda y casi repulsiva que había visto al principio. El hombre se estremeció, había estado a punto de besarla.
El fantasma se dirigió ahora a Pablo.
“Voy a quedarme aquí, ya que no puedes protegerte de ella; esperaré hasta que aprendas todo lo que ella te tiene que enseñar.”
“¡No!” Respondió Pablo entonces. “No quiero estar aquí ni quiero saber nada de esta mujer.”
Desde el sofá vino otra vez la risa suave de Lilith.
“Te lo dije.” Dijo.
“No importa tu deseo, Pablo. Tienes que permanecer aquí y aprender todo lo que ella tiene que enseñarte; yo te protegeré de sus artimañas.”
“¿Qué puede enseñarme ella que no puedas enseñarme tu, fantasma de otros tiempos? ¿Acaso fue necesario todo esto, venir desde lejos, abandonar mi casa para conocer una opiómana?”
“Pero esta no es una mujer común, Pablo, sino que es Lilith, aquella que fue creada antes que Eva, la madre ancestral. Fue a ella a la que el creador designó como compañera de Adán, el primer hombre. Lilith pudiera haber sido la madre de la humanidad, pero se negó y abandonó el Paraíso. Ahora, puede ayudarte, pues sabe mucho.”
Pablo se quedó boquiabierto, pensando que lo que había oído era ciertamente una verdadera locura. Probablemente los vapores de opio lo habían intoxicado, o quizás el incienso. Era imposible aceptar lo que decía el fantasma. ¿Lilith? ¿La primera mujer?
“Te dije mi nombre, pero tus estudios no habían llegado al nivel suficiente, y no sabías nada al respecto.” Dijo. “No es mi culpa que seas tan ignorante.”
“¿Es cierto? ¿Eres tan vieja como el mundo?”
“¡Vieja! Vaya, también hay que enseñarte modales. ¿No sabes que eso no se le dice nunca a una mujer?” Ripostó ella, irritada y después repitió con desdén: “¡Vieja!”
Sin embargo, rápidamente se repuso y comentó, riendo de nuevo.
“Pero sí, soy tan vieja como eso, y quizás más. Nunca pudieron entender nada, ninguno de ellos. Sí, yo fui la primera esposa de Adán, pero me negué a ser su posesión, su compañera de juegos, su sierva. El Creador me hizo lo mismo que él, «a la imagen de Dios nos creó, varón y hembra nos creó». ¿Quién era él para enseñorearse de mí? Me negué, y me fui, y luego le dieron a Eva. ¡Esa vaca estúpida!”
Ahora no sonreía, y sus ojos brillaron con ira. Pablo pensó que la tal Lilith estaba actuando como una mujer celosa.
“¡Ja, ja! ¡No me hagas reír, muchacho!” Respondió ella a sus pensamientos. “¡Yo celosa de esa vaca! No, hijo, no. No estoy celosa. La realidad es que no tenía ningún interés por el Sr. Adán, pero cuando pienso en todo lo que esa crédula mujer trajo a nuestras vidas… Aquel a quien no voy a nombrar nunca logró que sucumbiera a su tentación.”
“Quieres decir S…”
“¡No digas el nombre! ¡No lo pronuncies aquí, nunca!” Gritó Lilith, poniéndose rápidamente de pie, con una fluidez increíble en una mujer de su tamaño. “Nunca. Si valoras en algo tu vida.” Añadió, poniendo su mano sobre los labios de Pablo.
“No sabe nada, no comprende nada. Es completamente ignorante de los misterios.” Dijo ella entonces, afirmando y como hablando consigo misma. “La tarea es demasiado grande.” Añadió mirando al fantasma. “No voy a poder hacerlo, no con el poco tiempo que tenemos.”
“¡Lilith, tienes que hacerlo! ¡Es la única esperanza!” Exclamó el fantasma, su voz sonaba urgente, hasta asustada; algo extraño en un ser del pasado.
“Necesito más tiempo.” Dijo ella, inclinando la cabeza y aceptando la tarea.
“¡No, no hay tiempo! ¡Tiene que aprender todo lo necesario ahora, y tú debes enseñárselo, todo!”
La noche se extendió, profunda, mientras los minutos se alargaban en horas, y los segundos en minutos. Era como si el tiempo se fuera estirando en un embudo de infinita profundidad, para dar tiempo a Pablo para aprender todo lo necesario. Lilith comenzó con la historia del mundo, pero no la que cuentan los libros y los historiadores y geólogos, sino de la forma en que realmente había ocurrido todo. Luego habló de los comienzos de la humanidad, como las diferentes civilizaciones surgieron y desaparecieron, como poco a poco el conocimiento había llegado a los seres humanos. Explicó el Universo y las leyes desconocidas por el hombre que lo rigen. Después explicó el tiempo y la Entropía, la ley que rige la existencia del Universo. Pablo escuchaba, maravillado del profundo conocimiento de Lilith, conocimiento que se extendía a problemas que solamente ahora abordaba la ciencia actual. Finalmente, habló del Espíritu, y en estas explicaciones se detuvo más tiempo, pues era del Espíritu de lo que más sabía. Explicó la trascendencia del espíritu sobre la materia, y le habló de la unión con el Absoluto, y el dolor que siente el alma cuando se separa de él. Habló de los eones y los Arcontes, y los niveles del conocimiento y del arrepentimiento. Con voz susurrante explicó los niveles del cielo, y los seres que habitan en ellos. Por muchas horas habló Lilith sin hacer pausa. Pero llegó un momento que, cansada, extendió la mano hacia la aun humeante pipa, y por unos minutos fumó, exhalando nubes de opio. Pablo la miraba, a la vez admirado y con repulsión, dudando todavía de la realidad de este ser.
Después de varios minutos en silencio, el joven se decidió a hacer algunas preguntas.
“Hace algún tiempo un profesor de la Universidad me explicó que las leyes que rigen el Universo impiden el paso de uno a otro.” Dijo.
Se preguntaba qué respuesta daría la mujer a la proposición del científico cuando esta, después de fumar durante unos segundos más, comentó con sorna.
“¿Te dijeron, te dijeron? ¿Dime quien va a saber la verdad, jovencito, ellos, que tienen que cambiar las teorías y explicaciones casi todos los días debido a ‘nuevos’ descubrimientos, o yo que estaba allí cuando todo comenzó?” Dijo mientras lo miraba con desprecio.
Pablo no respondió, porque no creía cierto que ella fuera la primera esposa de Adán. ¿Cómo podía ser?
“Veo que todavía dudas de mi origen, hombrecito. ¿Y por qué no habrías de hacerlo? Toda tu vida te han enseñado mentiras pues la vida de la humanidad se basa en mentiras. Esos científicos en los que confías lo tienen todo al revés. Debido a explicaciones erróneas que recibieron en su época buscaron razones para los fenómenos físicos que los rodeaban, y concibieron teorías que explicaran lo inexplicable. Se equivocaron y confundieron a sus seguidores. La mentira y el error creando más mentiras y errores, y de esa forma construyeron el castillo de naipes de esa famosa ciencia. Ahora te digo, olvida todo lo que has aprendido, o no te vas a beneficiar en nada de lo que yo enseño".
“¿Quieres decir que todo lo que descubrimos a través de estos siglos, lo que los científicos, médicos, astrónomos y los físicos han descubierto, es falso o está mal?”
“En cierto sentido, lo que ellos plantean podría ser cierto.” Dijo ella. “Pero solo en cierto sentido. Escúchame, Pablo.” Continuó, sentada en el sofá y con una cara seria.
“El vasto saber que al principio poseía todo ser humano se perdió. Quizás lo extrajeron de vuestras mentes, o lo enmascararon en lo más profundo de sus recuerdos, dejándolos en la ignorancia. Sea como sea no pueden recordar. No pueden porque hay seres, poderes, que no quieren que ustedes sepan ni que comprendan la realidad.” Hizo una pausa, y sus ojos se perdieron en el espacio.
“Esa idea genial que han generado los científicos últimamente, sobre la multiplicidad de los universos, es un absurdo. Todo existe en un solo, único universo.”
“¿Cómo?” Gritó Pablo, dando un salto y levantándose del sofá. “¡Imposible! ¿Y toda esa gente de otros universos que Estela trajo a nuestra casa? ¡Nunca coincidían con nuestras propias situaciones!”
Se detuvo, asombrado por la idea que surgía en su mente.
“¿Quieres decir que durante todo este tiempo he estado viviendo en el mismo universo donde Sofía vive?” Preguntó casi jadeante.
“Siempre con Sofía” Comentó Lilith aburrida. “¿No puedes pensar en cosas más importantes, muchacho? Estamos hablando de la eternidad y de la Verdad aquí, y te pones a pensar en boberías.”
“Pensé una de las razones por las que el fantasma me había traído aquí era para encontrar a Sofía.” Dijo él, y su voz sonaba como la de un niño a quien niegan un codiciado juguete.
“No, eso quizás sea un resultado de lo que te enseño, pero nunca fue el objetivo, ni el motivo de nuestra asociación.” Respondió ella.
La mujer calló de nuevo, y se levantó del sofá. Era alta, más alta que él inclusive y su piel tenía el color de la arena y la tierra. Lo que resultaba aún más sorprendente era que ahora que la veía de pie, no era gruesa, ni gorda, ni deforme o repulsiva. Pablo sabía que Lilith no estaba usando magia o hechicería, pues el fantasma le habría alertado en ese caso. Pensó, en cambio, que probablemente tuviera un inexplicable control de su cuerpo que le permitía cambiar su apariencia a voluntad. Lilith le sonrió.
“Sí, tengo ese poder. Puedo controlar mi cuerpo, o el cuerpo visible, por lo menos. Lo mismo ocurriría con todos ustedes si hubieran retenido la sabiduría que les permitiría controlar ese poder. Voy a preparar algo para comer. ¿Me ayudas?”
Pablo asintió, aunque preocupado. ¿Ella podía decidir cómo se veía su cuerpo? ¿Y los seres humanos hubieran podido tener ese poder también?